El Diario de Curwen Sábado, 21 mayo 2016

Cómo dejé de ser homofóbico (y cómo podrías dejar de serlo)

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«Pena de muerte para los maricas», dice el cartel. Foto: bitchspot.jadedragononline.com

Considero fantástico que cientos de miles de personas muestren su apoyo a la #MarchaPorLaIgualdad que se llevará a cabo hoy, dentro de unas horas. Viviendo ya en los días de la realidad virtual, de la sopa instantánea y de los smartphones más jalados de los pelos, es más que necesario que empecemos a demostrar que nosotros, los humanos, también dejamos la era de las cavernas. Sin embargo, me gustaría contar cómo es que fue que dejé de ser homofóbico. Sería muy caradura de mi parte afirmar que siempre estuve a favor de la unión civil y de los derechos a la comunidad LGBT. No, hubo una época en la que no soportaba ver a dos personas del mismo sexo caminando de la mano por la calle ni podía entender cómo es que un hombre podría siquiera pensar en enamorarse de otro. 

Cuando tenía unos trece o catorce años, en plena adolescencia e inicios de la escuela secundaria, confieso -un poco avergonzado- que era fan acérrimo de Miguel Bosé. ¡Cómo me encantaban sus discos! Llegué a ser tan fanático que casi la totalidad de mi mp3 (porque por aquellos días solo podías tener unas cuarenta canciones en el bolsillo) estaba repleto de discos de Bosé. Salamandra, Laberinto, Sereno y Velvetina son solo algunos de los que recuerdo en este momento. Todos los discos de ese amante bandido  lograban sacar mi lado más romántico y cursi. Confieso -más avergonzado aun- que utilizaba algunos fragmentos de sus canciones para afanar a las señoritas.

Un día ocurrió un incidente que recuerdo a la perfección. Cuando me encontraba bebiendo y escuchando música con un pequeño grupo de amigos en la casa de uno de ellos, el anfitrión me pidió que cambie de música ya que la estación estaba de lo más aburrida. Yo, pasado un poquito de tragos, decidí conectar mi mp3. Para qué lo hice. Todos comenzaron a burlarse y a decirme «que cambie esa mierda de una vez».

-Oye, ¿sabes que ese pata es un tremendo cabrazo, no? – me incriminó uno de ellos.  

Yo no lo sabía. Al parecer, mi eterna distracción me había jugado la mala pasada de permitir que un homosexual invada mi reproductor de música. Me sentí invadido, humillado, ofendido y docenas de adjetivos más. Desde entonces me convertí en un militante homofóbico. Criticaba cualquier tipo de acto homosexual, opinaba abiertamente que los homosexuales «no se merecían nada» y siempre, pero siempre, los miraba mal. Afortunadamente, nunca tuve simpatía alguna con el discurso homofóbico religioso.

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Todo por la culpa del amante bandido. Foto: esradio.net

Los años pasaron. Mi homofobia se mantuvo pero nunca llegó a ser lo suficientemente grande para generar conflicto alguno. Llegaron los años en los que tuve que viajar a Los Ángeles y fue precisamente en este exilio en el que conocería a un personaje crucial para mi epifanía: Oscar Fingal Wilde. Nuevamente, sin saber que se trataba de un hombre homosexual, llegó a mis manos uno de sus libros más reconocidos y uno de los que mayor impacto causó en mí; El retrato de Dorian Gray. Como ya deben de saber todas aquellas personas que han podido leerlo, la novela -en mi humilde opinión- es un claro ejemplo de una buena pluma. Desde la primera hasta la última palabra, la historia de Henry (o Harry) Wottom, Dorian Gray y Basilio Hallward no pudo haber estado mejor escrita.

Otra característica crucial de esta novela es que no podría ser más gay. El romance entre los personajes y la forma en la que se seducen unos a otros demuestra la sutileza y la pasión que sentía Oscar al describir a otro hombre. Ya con más años encima, decidí que su «opción» (algo que es incorrecto, ya que nadie «opta» por ser homosexual) no me impediría seguir leyendo a tan maravilloso escritor.

Menos mal que no lo hice. Luego del Retrato de Dorian Gray leí El fantasma de Canterville, La importancia de llamarse Ernesto y gran parte de su literatura. Como todo lector de Oscar, también llegué a leer De profundis y fue precisamente este libro el que lo cambió todo para mí. De profundis es una epístola que le escribe Oscar a su amante, Lord Alfred Douglas. Como ya sabemos, a Oscar lo condenadon a prisión por «sodomia», lo cual fue una manera diplomática de condenarlo por amar a otro hombre. La epístola no solo es apasionada, es triste, melancólica, sublime y muestra quién fue el hombre detrás de la pluma, confiesa a los cuatro vientos el amor prohibido que sintió Oscar por Alfred Douglas y cómo un grupo de retrógrados se encargó de dilapidarlo.

El único delito que cometió Oscar fue el de amar. Oscar Wilde fue condenado, humillado, encarcelado y destrozado por el simple hecho de amar a otro hombre. ¿Cuántos libros más pudo haber escrito si no fuera porque el ciudadano promedio de entonces lo juzgó absurdamente? Se le juzgó por ser humano, lo encarcelaron por que no pudieron entenderlo. Oscar fue un viajero en el tiempo, un hombre del futuro estancado en el pasado. Y pese a que hablamos de hechos del sigo XIX, aun hay gente que piensa de la misma forma. 

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Viajero del tiempo.

Mi homofobia se acabó el día que pude comprender la injusticia que se cometió con un hombre por ser diferente, mi homofobia se acabó en el momento que me coloqué en los zapatos del otro y entendí cómo se pudo haber sentido por ser discriminado. Mi homofobia se acabó leyendo las cartas de amor que le mandó un hombre a otro. Mi homofobia se acabó cuando me di cuenta que había estado pensando de la misma forma que algunas personas de hace dos siglos.

¿Cuándo se acaba la tuya? 

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