corrupción , El Diario de Curwen , noticias , politica , sociedad , violencia Martes, 13 septiembre 2016

De héroe a villano

base_image

Foto: El Comercio

Era la noche del 7 de setiembre de 1992. Lima estaba oscura, triste y lamentándose en silencio. Sendero Luminoso, el acrecentado grupo terrorista liderado por Abimael Guzmán, había decidido, como solía y  disfrutaba hacerlo, colocar explosivos en torres de alta tensión. Sabían muy bien que, más que una ráfaga de disparos o un cadáver colgado en la plaza principal, era la oscuridad lo que más aterraba a las personas. «La emoción más antigua y más intensa de la humanidad es el miedo, y el más antiguo y más intenso de los miedos es el miedo a lo desconocido», dijo alguna vez un excéntrico y loco escritor de Providence, Rhode Island, llamado Howard Phillip Lovecraft.

Pero no todos estaban asustados esa noche. En el último piso de una vivienda en Surquillo, cansados, desesperados y con las ojeras más largas que nunca, estaban reunidos los miembros del Grupo Especial de Inteligencia en el Perú: el GEIN. Su único objetivo durante los últimos años había sido el de capturar -vivo o muerto, pero preferentemente vivo- al líder terrorista y a la cúpula dirigencial de la organización que venía atormentando al país durante los últimos años.

De entre todos los policías, eran dos hombres los que prevalecían. Uno tenía la piel cobriza, los cabellos plateados y un pomposo bigote como distintivo. Era el mayor Benedicto Jimenez Bacca. Su compañero y mano derecha era el mayor Marco Miyashiro. Ambos detectives, que pasaron a formar parte del grupo de inteligencia a causa de las circunstancias y la sangre que seguía derramándose en el país, eran los líderes de la agrupación.

Sus compañeros solían describirlos como polos opuestos, como las antípodas del grupo de inteligencia, pero, al mismo tiempo, como las dos caras de una misma moneda. Miyashiro era un hombre preocupado por la salud e integridad de sus hombres. El mayor tenía la costumbre de mandar a su casa a los oficiales que, debido al cansancio y al agotamiento mental, no podían seguir manteniéndose de pie. «¿Ya llamaste a tu mujer? ¿Llamaste a tu mamá? Puede que estén preocupadas», les recordaba constantemente.

Benedicto, por el contrario, era sinónimo de la inteligencia policial. Los años, las canas, los uniformes y las placas no habían sido en vano. El GEIN pasó de alarmarse ante cualquier ligero movimiento a ser cauteloso y prolijo. Debían reunirse pruebas lo suficientemente convincentes antes de atrapar a un sospechoso, debían investigar a profundidad antes de detener a cualquier malandrín que fungía de carnada. Benedicto fue quien mejoró sustantivamente el accionar del grupo a base de tres reglas de inteligencia que, con el tiempo, darían con la captura ansiada: observar, vigilar y seguir al enemigo. Nunca, pero nunca, atacar. Solo se debía proceder a la intervención una sola vez, y debía ser la última.

Aquella noche del 7 de setiembre, los hombres se encontraban en sus posiciones vigilantes sobre la vivienda de Surquillo. La oscuridad, el silencio y los llantos a lo lejos no impedirían que continuaran con su accionar. Miyashiro cuenta que el oficial que se encontraba de guardia, observando con binoculares hacia la entrada de la residencia, contaba de forma erótica los movimientos que podía ver. El Lolo y la Lola, ambos senderistas, se encontraban fuera de la casa cerca al garaje. Se suponía que eran las únicas personas que habitaban el lugar. Pero sería por aviso de este vigía que los policías sentirían, por muy pocos segundos, escalofríos en el corazón: alguien había encendido una luz en el segundo piso. Para cualquier inexperto, esto significaría que alguien más merodeaba por los interiores de la vivienda, pero para los sabuesos, con dieciséis operaciones en el hombro, significaba una sola cosa: esa luz podría haber sido encendida por Abimael Guzmán. 

Nadie dijo nada. Todos se paralizaron esperando a que Benedicto haga o diga algo. El grupo tenía muy bien entendido que ninguna operación o movimiento se podía realizar sin conocimiento ni autorización del mayor Jiménez. Menos ahora, que se encontraban en el punto máximo del procedimiento. Había muchísimo en juego. Si fallaban, tendrían que comenzar desde cero. Benedicto sabía esperar, él había aguardado por cinco años antes de dar inicio a la operación ISA, pero más tiempo significaba más muertes y el gobierno, al mando de Alberto Fujimori, presionaba cada vez más para la obtención de resultados. «Es necesario golpear», fue lo único que dijo. El resto es historia conocida.

7

Imagen: Hurgar en la memoria

Tardaron cinco días para culminar con todos los detalles. Benedicto denotaba seguridad al brindar las respectivas indicaciones a sus compañeros. Nada podía salir mal y nada salió mal: el 12 de setiembre de 1992, en Surquillo, en altas horas de la noche, Abimael Guzmán fue capturado sin derramar ni una gota de sangre. En las grabaciones del suceso, que lograron darle la vuelta al mundo, no se puede ver ni al mayor Jiménez ni al mayor Miyashiro. «No aparecemos en el video por motivos de inteligencia. Imaginamos que el GEIN seguiría en funcionamiento y era necesario mantener un perfil bajo», indicó el autor de tamaño logro. Las 25 mil personas asesinadas y los casi 20 mil millones de dólares en daños ocasionados por el grupo terrorista serían ajusticiados gracias a la Operación Victoria.

Ese mismo año, luego de las celebraciones y las actividades del gobierno a favor de la captura, ambos comandantes, Jiménez y Miyashiro, fueron ascendidos al grado de Coronel de la Policía Nacional del Perú por Excepcional acción meritoria. Ambos pensaron que sus carreras serían imparables. Pero fue luego de los ascensos que comenzaría una segunda cacería.

Tanto Vladimiro Montesinos como Alberto Fujimori se encontraban furiosos por no haber sido avisados ni adjudicados con los méritos. A Fujimori no le había gustado en lo absoluto que el GEIN ostente autonomía y no iba a permitir, mucho menos, que se queden con los laureles. Alberto había sido tan reacio con el grupo policial que, incluso, según declaraciones posteriores de Fernando Rospigliosi, llegó a infiltrar miembros del Grupo Colina al GEIN. Martin Rivas y Eliseo Pichilingue lograron ingresar al grupo de inteligencia, pero fueron echados al poco tiempo por los propios oficiales cuando se descubrió que en lugar de haber trabajado en las operaciones, se habían dedicado al espionaje y a la filtración de información confidencial para el gobierno.

El siguiente en la lista de venganzas sería Vladimiro Montesinos. Terminada la captura, el GEIN esperó crear la Dirección Nacional de Inteligencia Policial Operativa para continuar con las magnas hazañas y logros. Pero este objetivo jamás vio la luz. Gustavo Gorriti cuenta en una vieja edición de Caretas que Montesinos -bajo la tutela de Fujimori- comenzó a hostigar a los jefes del grupo, mandándolos a dependencias lejanas en las que se enfrentarían a diario a la temida monotonía, y a distorsionar la historia, dando como único autor del logro al presidente. El GEIN comenzó a ser carcomido por la avaricia, el narcisismo y la angurria histórica de los hoy encarcelados y desapareció más pronto de lo que se esperaba. Irónica, tragicómica e injustamente, es el partido fujimorista el que se ha encargado, hasta el día de hoy, de reutilizar hasta el cansancio este logro falsamente atribuido como principal fuente de su épico y ficticio relato fundamentalista.

Pero el pesar continuaría para Benedicto y el destino le atinaría más puñaladas en el corazón. En el año 2002, el coronel Jiménez publicó el libro titulado El precio de la libertad. En esta publicación, Benedicto cuenta sin medias tintas cuáles serían las razones por las que, pese a ser un coronel con diez años de trayectoria y un perfil impecable, veía con dificultad que pueda seguir avanzando en la carrera policial: una vieja sanción impuesta en el régimen fujimorista a causa de otro libro de su autoría, titulado Inicio, desarrollo y ocaso del terrorismo en el Perú. Este libro narraba más detalles sobre la lucha en contra de Sendero Luminoso, la captura impecable -sin muertos ni heridos- del máximo líder terrorista y la escasa participación del gobierno en la misma. Él quería contarle al mundo sobre sus logros, pero no era más que un grito en el viento.

noticia-161050-fujimori-pescando-con-sus-hijos

Foto: El Popular

Los libros de Benedicto fueron el inicio de su declive. Las sanciones continuaron, los castigos opacaban como nubes negras el firmamento de sus méritos y el coronel Jiménez, poco a poco, comenzaba a convertirse en un villano. La denuncia por infidencia, insulto al superior y desobediencia hicieron que sea imposible que obtenga el grado de General de la Policía. En diciembre del 2002, pese a la caída del gobierno autoritario fujimorista, su expediente a causa de sus publicaciones retornó a los escritorios judiciales. En el 2004, el coronel Jiménez pidió su baja. En el 2006, luego de varios trabajos intempestivos, decidió desempolvar la vieja chaqueta del lejano oeste y probar suerte en la política. Postuló al Congreso, pero no obtuvo los votos suficientes para hacerse de un escaño.

En noviembre del mismo año, un sombrero y una placa dorada de sheriff en forma de estrella fueron añadidos a su indumentaria. Benedicto había vuelto, el hombre de la captura del siglo tenía un objetivo entre ceja y ceja y no lo pararía nadie. La alcaldía de Lima, a comparación de las operaciones que había llevado a cabo en su trayectoria, era una tarea fácil. Pero la política y su suerte le volvieron a dar la espalda; los votos no alcanzaron y Lima prefirió darle la oportunidad a Luis Castañeda Lossio. Benedicto se hizo de muchos amigos y socios en la campaña, uno de ellos, el más importante, y temerario, sería Rodolfo Orellana Rengifo. 

Asumió el cargo de jefe del Instituto Nacional Penintenciario (INPE) por encargo de Alan García en el 2007. Pero ese mismo año, en reducidas semanas, todo se echaría a perder. El Comercio publicó correos electrónicos enviados al narcotraficante Fernando Zevallos en el 2003, en los que se detallaba información de los policías antidrogas asignados a su caso. El autor de las misivas fue nada menos que Benedicto. Un reportaje de la Ventana Indiscreta mostraría en esos mismos días cómo era que la institución penitenciaria se había convertido en un pueblo sin rumbo, con malos manejos del presupuesto y con las consultorías de cabeza.

No se sabe exactamente cuándo es que Benedicto decide convertirse en un villano. ¿Será cuando firmó el Acta de sujeción en el gobierno fujimorista? ¿Cuando tuvo acceso a los recursos públicos en el INPE? ¿Será porque, tanto la Policía, como el gobierno y el público en general, no le rindieron el debido homenaje que sí se merecía? Porque Benedicto, hasta cierto punto de la historia, fue un héroe. Y uno de verdad. ¿Cómo es que el autor de la captura del siglo terminó colaborando con un criminal como Orellana? Porque Jiménez, el mismo que trabajaba a tiempo completo en navidades y fines de año, dejando a un lado a su familia, para continuar con los estudios de inteligencia para capturar a Abimael, terminó siendo el director de un pasquín difamatorio llamado Juez Justo y financiado por Orellana. El mismo hombre que capturó al líder senderista terminó utilizando las mismas estrategias de sus viejos enemigos para delinquir. En el 2014 fue sometido a investigación por la fiscalía debido a los delitos de asociación ilícita para delinquir y lavado de activos que pesaban en su haber.

Finalmente, el 25 de octubre del 2014, sin bigote, sin su clásica cabellera blanca y sin alma, Benedicto Jiménez Bacca fue capturado por la policía en Arequipa. Días después, luego de ser derivado a Lima, el máximo héroe de la lucha en contra del terrorismo ingresó al penal Piedras Gordas. Julio Becerra, exagente GEIN apodado «Ardilla», cuenta que cuando Abimael Guzmán fue capturado y apuntado temerosamente con su arma, lo primero que dijo el líder terrorista fue: «tranquilo, muchacho. Ya Perdí». En cambio, cuando Benedicto fue capturado saliendo de un inmueble de Arequipa, no dijo nada. Y es que no había nada que decir, ya todo estaba perdido.

***

Mientras que en Colombia, uno de los artífices de la captura de Pablo Escobar, Óscar Naranjo, fue respetado por las máximas autoridades y tratado como el héroe en todo el continente, nuestro héroe, el hombre que capturó vivo a Abimael Guzmán, Bendedicto Jiménez, fue tratado peor que a un perro. Y no solo fue maltratado, fue humillado, perseguido, ignorado, silenciado y olvidado. Porque eso es lo que mejor sabemos hacer con nuestros héroes, eso es lo que siempre hacemos por aquellos que, de alguna u otra manera, hacen algo por este país. Los olvidamos. Pero Benedicto eligió su camino y fue el peor de todos: convertirse en aquello contra lo que tanto luchó.