discriminación , El Diario de Curwen , libertades , noticias , sociedad , violencia Viernes, 22 julio 2016

Del otro lado #NiUnaMenos

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Estábamos hablando por teléfono, conversábamos de mil y un temas absurdos y banales que suelen aparecen sin que sean realmente premeditados y de pronto comenzamos a hablar sobre la menstruación. Diana (ese no es su nombre, pero vamos a llamarla así) me contaba la pesadilla que resultaba ‘estar con la regla’: tenía que dormir de costado, tenía que vigilar cada vez que podía que no se haya manchado el pantalón ni que se note algún tipo de bulto raro ocasionado por las toallas, debía evitar los esfuerzos y los movimientos bruscos porque hasta un estornudo podía ocasionar un incidente.

Le confesé que yo no estaba enterado de nada de eso. Y claro, luego de ver cientos de comerciales de mujeres felices de la vida usando sus toallas higiénicas con manchas azules (porque en los comerciales la sangre es azul) no pensaba que fuera una condena como ella la describía. Diana fue tan minuciosa con cada detalle, tan cuidadosa con cada analogía que utilizaba para explicarme la tortura que sufría una vez al mes que le confesé, avergonzado, que yo no tenía ni idea de la realidad. «¿De verdad se sufre tanto con el periodo?», le pregunté asombrado. Sus risas sarcásticas fueron respuesta suficiente.

Esta conversación me hizo dar cuenta lo poco informado que estaba sobre el tema. Jamás, en toda mi vida, me había preocupado por aprender más sobre la menstruación. Luego de hablar con ella me di una vuelta por Internet y revisé algunos artículos que informaban sobre el tema, sobre los productos milagrosos que intentan hacerles la vida más fácil y sobre algunos avances científicos que luchan día a día por disminuir cada vez más este sufrimiento. La menstruación era un tema tan complejo y yo no sabía más que dos o tres líneas al respecto. 

Días después, luego de la injusta sentencia de los agresores de Lady Guillen y Arlette Contreras y de la creación del grupo secreto de Facebook llamado «Ni una menos», volví a hablar con Diana. Ella me contaba que había pasado la noche leyendo los testimonios de docenas de mujeres agredidas sexualmente, que habían sido víctimas del abuso sexual, de la violencia sexual y estos testimonios habían sido tan desgarradores que ella no pudo contenerse. «Pasé la noche leyéndolos y llorando», me confesó. Yo, en mi perpetuo escepticismo, pensé que no debían ser tan graves.

Hasta que los leí

Leí algunos testimonios anónimos que fueron publicados en este mismo portal y quedé horrorizado. Pensé tener idea de lo que era la violencia sexual, pensé que conocía algo sobre el tema y fue entonces que me di cuenta que no sabía nada. Que todo aquello que pensé haber aprendido no servía en absoluto. Mujeres que habían sido tocadas indebidamente de muy niñas, mujeres que no sabían si el extraño momento vivido con algún familiar, hace más de veinte años, calificaban como agresión sexual, mujeres que habían soportado maltratos durante años y años y que habían decidido, justo en ese momento, en compartir su experiencia. Y los autores no eran monstruos, eran hombres, seres más peligrosos por el simple hecho de que son reales. Ellos existen, los monstruos no.

No sabía qué decirle a Diana. Días atrás había quedado como un imbécil por haber compartido algunas publicaciones tontas, que a primera vista guardaban sentido pero gracias a los porrazos de algunas feministas en redes pude entender por qué estaba equivocado. Pero fue entonces, cuando pensaba en qué podría decirle al respecto, que me di cuenta de lo que sucedía. Tuve una epifanía y de pronto comprendí qué era lo que ocurría: estaba del otro lado. 

Un antiguo maestro solía decirme que el conocimiento humano se puede describir como una enorme pradera verde dividida en dos partes por una cerca. Para que una persona pueda pasar de la ignorancia al conocimiento tiene que querer hacerlo, levantarse del suelo, retroceder algunos pasos y correr a toda velocidad hasta saltar a la otra parte. La única diferencia entre las personas que conocen y desconocen se basa en la voluntad. Muchas veces, nuestra poca tolerancia y nuestro egoísmo nos hace dudar y no nos deja saltar hacia el otro lado, hacia la razón y el conocimiento, y nos mantenemos estancados en los prejuicios y la ignorancia. El primer paso para dar el gran salto es ser consciente del lado en el que estás. 

Gracias a los valientes testimonios y a uno que otro cocacho de algunas amigas feministas pude darme cuenta del lado en el que estoy: en el desconocimiento. Referirme a algunas feministas empedernidas como feminazis no sirve en absoluto y, por el contrario, alimenta esta ignorancia. La violencia contra la mujer es un tema importante, más aún si vivimos en el segundo país con la mayor tasa de feminicidios de Latinoamérica. No voy a ser oportunista ni mentiroso, no voy a afirmar que de un momento a otro, por obra de algún milagro, lo entendí todo y ahora soy un feminista más. No, soy un hombre que gracias a la valentía de cientos de mujeres se dio cuenta de lo equivocado que estaba y que debe resarcirlo. Es momento de dar el gran salto hacia el otro lado, el de la verdad, el de la lucha por ni una menos. Y en ese proceso me encuentro.