El Diario de Curwen Jueves, 3 septiembre 2015

Abramos los ojos: la última canallada de la Sunat (ahora contra los ciegos) es lo más bajo que han caído

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Foto: Facebook Etnia Perú

Aún recuerdo el momento. Un martes cualquiera, después de llamar a mi trabajo y decirles que, por salud, «no podría ir a ejercer mis labores» (aunque me encontraba más saludable que Oliver Atom), decidí llamar a un par de amigos para juntarnos a almorzar. Tras analizar, tanto económica como gastronómicamente, la sazón de nuestra preferencia, optamos por entrar a una cevichería. Como cualquier martes a las dos de la tarde, el lugar no estaba muy lleno. Habían dos mesas largas completamente vacías y unas cuantas pequeñas con un par de clientes. Una de ellas, ubicada muy cerca de la puerta (detalle que me pareció interesante ya que casi nadie prefiere sentarse tan cerca de la entrada) tenía a dos sujetos con lentes oscuros, devorando un arroz con mariscos. Mis amigos y yo nos sentamos casi en el medio, apuntando hacia el televisor plasma del local.

Mis compañeros estaban enfocados en algún clásico de fútbol peruano que no llamaba para nada mi atención. La persona que atendía el local, un muchacho que no pasaba los veinte años, nos trajo los cubiertos, un recipiente metálico con chifles y cancha, y unas gastadas fundas de cuerina con el menú del día. Todos optamos por pedir diferentes platillos y compartirlos y, como era de esperarse, un par de cervezas de malta. «Bien heladas o no hay propina, sobrino» dijo uno de mis amigos.

De pronto, los tipos de la mesa cercana a la puerta se pusieron de pie y se dirigieron a la caja. Quien escribe, de manera solapada, había estado observándolos desde que entré. Con tantas historias de robos a mano armada, uno desconfía hasta de la abuela. Pero no; no eran ladrones. Los sujetos sacaron unos cuantos billetes y cancelaron su cuenta. Incluso uno de ellos, antes de retirarse, le agradeció al mozo por la atención.

Todo indicaba que esos tipos me habían parecido sospechosos por estar leyendo un libro de Agatha ChristieSin embargo, cinco minutos después, sucedió lo (in)esperado. Entraron cinco sujetos al local. Uno de ellos hablaba por teléfono; dos de ellos vestían chalecos bordados y, los otros dos, eran los que habían estado sentados comiendo. Debido a la poca iluminación, no pude visualizar cuál era el logotipo que yacía en la solapa derecha del chaleco de los sujetos. La cajera comenzó a alzar la voz y a llamar a un tal «Manuel» a voz en cuello. ¿Quiénes eran esos cinco tipos con actitud matonesca que se plantaban con actitud propia de una pandilla de gangsters de los años cincuenta? La Sunat.

Sí, era la superintendencia encargada de cobrarte los impuestos. La mujer de la caja no le había dado un comprobante de pago al agente encubierto y este había vuelto con sus refuerzos tributarios. El joven mozo estaba congelado del susto; un hombre de panza prominente descendió de la escalera para intentar fundamentar porqué su mujer había olvidado emitir el comprobante «que siempre lo hacían y que justo, en ese momento, habían olvidado». Mis frívolos compañeros decidieron abandonar el local; era muy probable que la disputa con la gente de la Sunat provoque la demora en la preparación del ceviche mixto que habíamos pedido y lo mejor era irse. Después de comer un combinado especial en el chifa de al lado, volviendo a casa, pasamos nuevamente por la cevichería que mostraba letreros rojos con la palabra SUNAT por todos lados. 

Hoy por la noche me encuentro con esta imagen. Tal parece que la Sunat visitó el local de unos terapistas invidentes en Miraflores y les cerró el local. Probablemente, el procedimiento haya sido el mismo. No considero apropiado tildar de incorrecto el acto de sancionar a quienes no pagan sus impuestos. Pero yo me pregunto: ¿no pudieron asesorarlos en vez de clausurarlos? Son ciegos. De por sí vivir sin poder ver resulta bastante complicadito. Y peor aún, la web de Sunat no cuenta con ningún tipo de facilidades para los contribuyentes invidentes, no hay opciones diseñadas especialmente para los ciegos ni nada. ¿No es esto un poco canalla? Le pides a la gente que pague sus impuestos pero, si eres ciego, te las debes de arreglar como puedas.

No todos los ciegos tienen suficientes recursos para contar con lazarillos que los asistan las veinticuatro horas. ¿Sabes por qué, Sunat? Porque resulta un poquito difícil conseguir trabajo sin poder ver; el mercado laboral para los ciegos ver es bastante reducido. Peor aun resulta el hecho que solo una porción muy pequeña de los invidentes en nuestro país, puedan leer en braile. ¿Por qué no se disfrazan de vendedores de autos lujosos también? En el año 2010, cuando vuelve Nahil Hirsh a la jefatura de la Sunat, se le cuestiona adjudicarse una lujosa camioneta Porsche Cayenne Turbo para su uso personal, pagada con los impuestos recaudados por la Sunat. 

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Camioneta Porsche Cayenne Turbo a la espera de Nahil Hirsh. Foto: Carlos Saavedra, Leyenda: IDL Reporteros.

Le cierran las puertas a una cevichería donde no caben más de veinte personas, clausuran el negocio de unos invidentes pero, cuando se trata de «otras personas», no suenan ni los mosquitos. Mentiría si afirmara que conozco la manera en la que remuneran los trabajadores de la Sunat. Pero, debido a los constantes casos que escucho y a la manera que yo mismo he visto que operan, es muy probable que exista alguna especie de «comisión» o «tabla de objetivos» para todos aquellos que descubran algún establecimiento que no esté emitiendo comprobantes.

Lo más probable, también, es que exista un protocolo que indique realizar una advertencia previa a la clausura. Sin embargo, conociendo a mis compatriotas como los conozco, harán lo que puedan para clausurarle el negocio a quien sea y hacerse con la jugosa recompensa. Business son Business, dicen.